miércoles, 16 de julio de 2008

El ángel de piedra

Una figura se recortó entre la arboleda cuando el amanecer comenzaba a despuntar, iluminando la cúpula del crematorio.

Las hojas y las ramas secas crujieron bajo las faldas negras de su vestido, mientras emprendía el camino hasta los muros que la separaban del cementerio. En la espalda cargaba la caja de un violín y en su mano derecha, blanca como la nieve, sostenía el arco con cuidado.

Cuando llegó a la verja sacó una llave oxidada de los pliegues de su vestido y abrió la puerta con cuidado.

La calma la inundó cuando contempló las lápidas cubiertas de moho y enredaderas y una brisa comenzó a soplar haciendo ondular su cabello negro y enredándolo alrededor de sus delicados brazos. Cerró los ojos y por un momento le pareció que el viento susurraba su nombre y se imaginó que eran las almas de los fallecidos los que le cantaban al oído.

Dejó la caja del violín sobre una lápida y sacó el violín. Miró al ángel que guardaba la tumba y le sonrió. La música comenzó a sonar del violín a la vez que el cementerio quedaba en silencio. Ningún pájaro cantaba, incluso el viento había dejado de soplar. Todas las almas escuchaban sobrecogidas las melodías que la joven creaba.

La muchacha dejó de tocar cuando el sol iluminaba el cementerio por completo. Al terminar de guardar el violín y el arco gateó encima de la tumba hasta encontrarse su mirada con la del ángel guardián. Sonrió y le acarició la mejilla de granito, frío y húmedo por las gotas de rocío. Su mano acarició sus labios suavemente y acercó su rostro al del ser alado.

Los labios de ambos se rozaron. La joven se sintió mareada y cayó sobre la piedra, inconsciente.

Pasaron muchos años hasta que alguien volvió a penetrar en aquel cementerio del pueblo abandonado. El niño había descubierto los muros por casualidad mientras corría detrás de un conejo blanco y negro.

Anduvo entre las lápidas hasta llegar a una tumba en la que un ángel sostenía a una muchacha inconsciente entre sus brazos y la miraba con una mezcla de dulzura y preocupación. Pero había algo extraño en las estatuas. Las esculturas estaban bellamente pintadas, pues ambas figuras parecías reales. Incluso los cabellos de la joven parecían pintados uno a uno y la piel de ambos era blanda como la de los humanos…

1 comentario:

Sheila dijo...

Está muy chula Marta, sobre todo para haberla escrito hace algún tiempo, no te quejes tanto xD.
Me gusta mucho el final...
Aunque no me gustaría oirte tocar el violín en un cementerío chiquilla, prefiero que hagas un concierto en otro sitio. No me suelen dar buen yu yu.
Y ¿sabes qué? a mí también me da por inventar cuando voy en el autobús.
Muchos besos ^^