viernes, 26 de junio de 2009

Alice Sebold, Casi La Luna


A fin de cuentas, matar a mi madre resultó sencillo. La demencia, cuando se precipita, logra de algún modo revelar el alma de la persona afectada por ella. El alma de mi madre estaba corrompida como el agua salobre que llevara semanas en el fondo de un jarrón con flores. Era hermona cuando mi padre la conoció y aún consevaba la capacidad de amar cuando se conviertió en mi madre a una edad avanzada, pero en el momento en que aquel día levantó la vista para mirarme, nada de eso tuvo la menor importancia.
Si no hubiera descolgado el auricular, la señora Castle, la desafortunada vecina de mi madre, habría seguido llamando a los números de emergencia de la lista que colgaba del frigorífico color almendra de mi madre.

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