martes, 4 de noviembre de 2008

Ten cuidado con lo que piensas, mi niña, porque sin quererlo, puedes acabar creyendo tus palabras tristes y tus deseos mortales. Y no eres así, aunque te guste por ahora, aunque te guste el resto de tu vida porque, ¿sabes?, te va bien el color negro y ese misterio que arrastras con tu olor a vainilla y sudor indio.

Nunca llegarás a ser tan pálida como esperas, menos si te gusta tanto el sol, la playa y la montaña. Nunca llegarás a despreciar tanto la vida, si sonríes al oír pajarillos y juegas con las niñas que escapan de la escuela, para que les cuentes un cuento y les hagas bailar.

Ese hoyo negro que hay en tu corazón, relleno por temporadas con ansiolíticos y terapias conductuales, no es una reminiscencia de tus días de uñas negras y ojos ocultos tras tu cabello. Es consecuencia, según el médico, de muchos pequeños detalles juntos y algo de hipertensión hereditaria. Pero nadie tiene la culpa, pequeña mía, porque a unos les toca el cáncer y a otros, esto. Da gracias a Dios por eso y levanta la carita.

Sé que no prefieres estar muerta, aunque lo dices varias veces a la semana. O lo sientes y lo callas, pero esas lagrimitas furtivas te delatan, y yo te estoy mirando todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo, aunque no me puedas ver a mí, aunque ignores que existo y trates de ocultarme en lo más profundo de tu inconsciencia, cada que sobreviene una crisis de esas, que te ponen tan mal.

Es verdad que no recuerdas qué escribiste en tu brazo cuando te hiciste esa última de tantas cicatrices en el mismo lugar y el resto de tu cuerpo. Si hubieras querido morir, habrías cortado más profundamente. No volverás a pensar que sería lindo irte a los 26 años, aunque morirás en breve, morirá tu yo de hoy y renacerá, aún no sabes en qué y como, pero sí sabes para qué y eso te tiene tranquila.

Me gusta verte así, mi niña, casi sin rastro de aquellos momentos difíciles que intentaste ocultar con un inútil escudo de excentricidad y demonismo. Me gusta que seas amiga aún de tus mejores amigos de entonces, que compartieron sueños suicidas o intentaron hacerte reaccionar con insultos y a la mierda. Me gusta que tengas un mantra para repetir cuando sientes que la culpa te arrastra a tu hoyo rojo y que reces, confiando en que algún buen dios te ayudará. Y esperes que algún amigo no te deje ir.

Siempre ha llegado alguno de ellos.

¿Pensabas que era fácil? No. No es sencillo ser noble, consciente y depresivo a la vez. Pero ayuda a no decaer.

¿Cuántas veces has decaído, bonita? ¿Una, dos, tres? Creo que tres, ¿verdad? ¿Repetirás? Mejor que no, ¿verdad? Pero si ocurre, no me olvides. Con que yo entienda lo que te ocurra, es suficiente. Sin embargo, no te avergüences de pedir ayuda a tu mamá o amigos. Ellos te quieren, pueden ayudarte, pueden apoyarte, pueden acompañarte o, como siempre dices, “pueden quedarse quietecitos, ser adorables y dejar de joder”.

Pero no atraigas tus miedos, ni culpas pasadas que no fueron tales, o que ya no tienen caso. No envidio tu capacidad de rebuscar en recuerdos borrosos un motivo para sentirte miserable. No la envidio, sino que duele. No culpes a tus pasados tristes de tu tristeza actual, pues sabemos que no es tal, que ese huequito en tu pecho, otrora relleno de ansiolíticos, no se cerrará con lamentos, ni resolviendo historias que ya llegaron a su fin.

No tiene caso que retrocedas, mi niña. No retrocedas, porque ninguno te lo agradecerá y sólo te hará daño. No retrocedas, porque no es necesario. Tú lo has dicho, lo has cantado, lo has escrito, lo has suspirado con el corazón en los labios: lineal y hacia delante.

No sonrías porque yo te lo pido, ni porque algún buen muchacho te dice que tu sonrisa es bonita. Sonríe cuando te nazca del ombligo. Y mírame con esos ojos de gato cada vez que quieras, coquetea, juega, grita de alegría y llora de emoción. No te pido descontrol, te pido vida. Tú lo sabes mejor que yo, bonita mía, lo sabes, lo sabes.

Es un asco. Sí, lo sé, es un asco. Pero no es crónico y tal vez sea parte de todo lo que te hace especial. No tengas miedo de no dejarte querer, o de que no te quieran por esto. Sabes bien que arrancas corazones sólo con conocerte un poquito más allá de tu color chocolate. Y sabes lo que vales y lo mucho que te queda por ayudar a conseguir, mi niña oscura. Ve.

No hay comentarios: