Alice despertó con el sonido del viejo reloj dando las campanadas de medianoche. La sábana con la que se había cubierto al acostarse tan sólo la tapaba hasta la cintura y caía por uno de los costados de la cama. La luz de la luna llena que se filtraba por la sucia ventana daba una singular luminosidad al escaso mobiliario de la estancia. El suelo de madrea crujió bajo sus pies al levantarse de la cama. Anduvo hasta el espejo colgado de la pared. El marco de éste estaba bellamente decorado con pequeños dibujos de oro y plata. El espejo le devolvió el reflejo de una niña de diez años de ojos color chocolate. Su cabello castaño oscuro y liso enmarcaba el delicado rostro de una muñeca piel blanca y pecas en las mejillas. . El viento penetraba por las rendijas y hacía danzar a las cortinas, creando siniestras sombras en su dulce cara.
Volvió la cabeza hacia la ventana. Fuera reinaba el silencio. Recordó la tarde anterior, cuando entró en el sótano de la casa abandonada, justo antes de que las bombas comenzasen a caer sobre la ciudad. En su inocencia, pensó que las bombas eran una tormenta y se durmió, abrazada a un peluche de un gato que había encontrado en la primera planta de la casa. Nunca había tenido un peluche, pues sus padres no podían permitirse tal lujo.
Subió las viejas escaleras y abrió la puerta que daba al exterior. Traspasó el umbral con el gato bien abrazado, como si tuviese miedo de perderlo.
Las casas a su alrededor habían sido convertidas en escombros, cristales inundaban las calles y los cuerpos inmóviles de los ciudadanos. Extrañada, se preguntó cómo podían estar durmiendo en la calle. La nieve caía dulcemente, cubriendo todo en un intento de devolver la normalidad al lugar. El cielo tenía un extraño color cobrizo.
También la casa abandonada detrás de ella había sufrido graves daños por las explosiones. Miró a su alrededor con horror. Tenía frío y no tenía nada con lo que arroparse. Iba descalza y el vestido blanco-azulado de tirantes le llegaba hasta la mitad de los muslos. Agarró con más fuerza al gato y comenzó a caminar de puntillas, con cuidado de no clavarse ningún cristal. Unas calles más allá encontró unos zapatos de su talla en una tienda de zapatos medio derruida. Cuando volvió a salir a la calle de nuevo el miedo la embargó por completo. No había caído en la cuenta de que toda la ciudad había sido reducida a escombros. Sus ojos se humedecieron. Comenzó a correr, desesperada, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, enrojecidas por el esfuerzo y el frío.
De vez en cuando paraba para coger aire, pero en seguida seguía corriendo, pues no podía soportar la imagen de la ciudad ni del cielo rojo.
Cuando llegó a las afueras de la ciudad, el cielo comenzaba a clarear a lo lejos.
Agotada y con los músculos entumecidos por el frío cayó sobre el césped, húmedo del rocío.
Cuando abrió los ojos estaba en la parte trasera de una lujosa limusina. Las piernas le dolían tanto que pensó que no podría moverlas y las costillas le dolían al respirar. Su cabeza estaba apoyada en las piernas de un joven. Éste miraba hacía las montañas que se abrían a lo lejos. Levaba el pelo cobrizo recogido en una coleta que le llegaba hasta la mitad de la espalda y varios mechones más cortos caían en suaves ondas sobre su rostro. La niña se movió un poco y el muchacho la miró. Sus ojos eran cálidos y la transportaron a un mundo soleado por unos instantes.
Alice buscó al gato por el asiento, pero no lo encontró. El joven, al ver que la niña miraba todo a su alrededor y sus ojos se llenaban de lágrimas preguntó:
-Suchst du das Kätchen? ¿Buscas al gatito?
La niña asintió con los ojos llenos de lágrimas. El muchacho le dijo algo al conductor y éste le dio el peluche, que estaba en el asiento del copiloto. La niña abrazó el gato aliviada. El joven sonrió y acarició el pelo de la niña con dulzura.
-¿Cómo te llamas?- preguntó
-Alice-. contestó la niña casi en un susurro- Gracias por rescatarme
Volvió la cabeza hacia la ventana. Fuera reinaba el silencio. Recordó la tarde anterior, cuando entró en el sótano de la casa abandonada, justo antes de que las bombas comenzasen a caer sobre la ciudad. En su inocencia, pensó que las bombas eran una tormenta y se durmió, abrazada a un peluche de un gato que había encontrado en la primera planta de la casa. Nunca había tenido un peluche, pues sus padres no podían permitirse tal lujo.
Subió las viejas escaleras y abrió la puerta que daba al exterior. Traspasó el umbral con el gato bien abrazado, como si tuviese miedo de perderlo.
Las casas a su alrededor habían sido convertidas en escombros, cristales inundaban las calles y los cuerpos inmóviles de los ciudadanos. Extrañada, se preguntó cómo podían estar durmiendo en la calle. La nieve caía dulcemente, cubriendo todo en un intento de devolver la normalidad al lugar. El cielo tenía un extraño color cobrizo.
También la casa abandonada detrás de ella había sufrido graves daños por las explosiones. Miró a su alrededor con horror. Tenía frío y no tenía nada con lo que arroparse. Iba descalza y el vestido blanco-azulado de tirantes le llegaba hasta la mitad de los muslos. Agarró con más fuerza al gato y comenzó a caminar de puntillas, con cuidado de no clavarse ningún cristal. Unas calles más allá encontró unos zapatos de su talla en una tienda de zapatos medio derruida. Cuando volvió a salir a la calle de nuevo el miedo la embargó por completo. No había caído en la cuenta de que toda la ciudad había sido reducida a escombros. Sus ojos se humedecieron. Comenzó a correr, desesperada, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, enrojecidas por el esfuerzo y el frío.
De vez en cuando paraba para coger aire, pero en seguida seguía corriendo, pues no podía soportar la imagen de la ciudad ni del cielo rojo.
Cuando llegó a las afueras de la ciudad, el cielo comenzaba a clarear a lo lejos.
Agotada y con los músculos entumecidos por el frío cayó sobre el césped, húmedo del rocío.
Cuando abrió los ojos estaba en la parte trasera de una lujosa limusina. Las piernas le dolían tanto que pensó que no podría moverlas y las costillas le dolían al respirar. Su cabeza estaba apoyada en las piernas de un joven. Éste miraba hacía las montañas que se abrían a lo lejos. Levaba el pelo cobrizo recogido en una coleta que le llegaba hasta la mitad de la espalda y varios mechones más cortos caían en suaves ondas sobre su rostro. La niña se movió un poco y el muchacho la miró. Sus ojos eran cálidos y la transportaron a un mundo soleado por unos instantes.
Alice buscó al gato por el asiento, pero no lo encontró. El joven, al ver que la niña miraba todo a su alrededor y sus ojos se llenaban de lágrimas preguntó:
-Suchst du das Kätchen? ¿Buscas al gatito?
La niña asintió con los ojos llenos de lágrimas. El muchacho le dijo algo al conductor y éste le dio el peluche, que estaba en el asiento del copiloto. La niña abrazó el gato aliviada. El joven sonrió y acarició el pelo de la niña con dulzura.
-¿Cómo te llamas?- preguntó
-Alice-. contestó la niña casi en un susurro- Gracias por rescatarme
...
Otra historia más escrita por mí. (Creo que ya es obvio por lo mal que escribo, pero bueno)
3 comentarios:
No escribes mal, >.<
a ver si lo continuas canija,
pobre niña jajaja que cruel es el hombre que la rescata... tenia que haberla dejado morir en la nieve :P
Que no!!! xD
Continua!!! puedes comenzar por ejemplo por la historia del hombre de la limusina.
Bss te amo mi vida ^^
¡Gracias por pasar por mi blog! ¡Quítate de la cabeza la idea de que escribes mal, porque no es así!
Si me permites un consejo, la primera parte parece un telegrama, yo de ti quitaría algunos puntos y usaría más conjunciones y comas, para hacer una lectura más fluida. Pero es una opinión, nada más.
¡Un saludo!
¡Hola! Espero que no te importe, he puesto tu blog en mi lista de blogs recomendados. ¡Besos! ^^
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