lunes, 8 de diciembre de 2008

Ebony

El alba comenzaba a despuntar entre las espesas nubes grises cuando David llegó a la avenida de antiguas mansiones señoriales que había estado buscando durante la noche. Una semana antes había oído hablar de un palacete con un espejo que se decía que estaba encantado, así que decidió hacer sobre éste su nuevo reportaje.
No le costó encontrar la mansión, pues era la única abandonada y a su alrededor parecía concentrarse el frío de la mañana. La oxidada verja, en otros tiempos pintada de negro, dejaba entrever árboles y arbustos descuidados sin ningún orden aparente, cubiertos por enredaderas. El candado de la puerta cedió de un empujón. Un escalofrío recorrió su espalda cuando traspasó el umbral y la puerta se cerró con una fuerte corriente de aire.
Un camino de granito conducía a la puerta principal, de madera oscura que contrastaba con la blanca pared de la casa. Los árboles apenas le dejaban ver fragmentos de cielo y las estatuas de ángeles de mármol sobre las cuales el musgo había tejido un tupido manto. Las hojas susurraban su nombre con cada ráfaga de viento.
La gran puerta de la casa estaba abierta, por lo que pudo entrar sin necesidad de forzar su cerrojo. El suelo del vestíbulo vestía una capa de polvo en la que fue dejando sus huellas al caminar por las habitaciones, en busca del espejo o algún otro objeto,sin éxito, pues todas las estancias estaban vacías. Los truenos le acompañaron durante el tiempo en que estuvo en la mansión y, cuando decidió abandonarla comenzó a llover con violencia, por lo que decidió quedarse dentro hasta que la tormenta se hubiese calmado y recorrer la
casa de nuevo.
Fue entonces cuando, en el piso superior del palacete, descubrió una habitación escondida en la negrura del pasillo. La puerta de ésta había sido pintada de blanco, al igual que las paredes de toda la casa, lo que la había hecho pasar desapercibida en el primer registro de la casa con la mortecina luz que lograba filtrarse entre las sucias ventanas. La puerta chirrió al abrirse y un nuevo escalofrío, más intenso que el anterior, recorrió su espalda. Dentro encontró un espejo de cuerpo entero. El marco plateado y dorado estaba bellamente decorado con figuras de rosas y ángeles a los costados, en el lado superior había sido grabado un nombre, Ebony. No pudo evitar recorrer con sus dedos los brillantes relieves y el nombre. Contempló su reflejo. El cabello le caía en tirabuzones castaños sobre la frente y bajo sus ojos verdes la piel se había tornado violácea de no haber dormido.
De repente, el cristal pareció transformarse en líquido y comenzó a brillar. Instintivamente retrocedió unos pasos, una melodía alegre y tenebrosa a la vez empezó a sonar en la habitación. Ante su mirada atónita, una mano blanca como la nieve salió del espejo, seguida del cuerpo de una muchacha de aspecto frágil. Tanto su vestido blanco como sus cobrizos bucles ondulaban con un viento inexistente, en su mano derecha sujetaba la flauta travesera que había entonado la melodía, sus ojos, de un azul intenso, se clavaron en David y dibujó una sonrisa en sus tiernos labios. Al igual que el marco del espejo, su piel brillaba blanco-azulada, por lo que le pareció un ser divino.
¿Qu-quién eres?- musitó David, embelesado por su dulce apariencia. Cada vez se sentía más atraído a ella y sus ganas de abrazarla aumentaban a cada segundo pero aun así prefería mantenerse alejado de ella - ¿Un ángel?
Pareció un dudar un momento.
¿Un ángel?- su voz era cristalina, - Sí, eso es, un ángel.
Ella se acercó a él lentamente, cuidando cada movimiento. Su mano acarició la mejilla izquierda del joven, el cual se sonrojó al percibir su olor a lavanda y fresa.
-Un ángel...-murmuró él.
Los labios de ella rozaron los suyos con ternura.
-El ángel de la muerte.- le susurró ella al oído.
Mareado, se apartó de ella. Trastabilló y cayó al suelo, la vista se le había nublado y apenas tenía fuerzas para respirar. La eterna oscuridad le envolvió.

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