domingo, 27 de abril de 2008

Anne Rice, Entrevista Con El Vampiro


-Sería una niña demoníaca para siempre-dijo, y su voz fue suave como si se sorprendiese de ello-.Igual que yo soy el mismo hombre joven que cuando morí. ¿Y Lestat? Lo mismo.
Pero su mente... era la mente de un vampiro. Y yo traté de saber cómo se acercaba a la madurez femenina. Empezó a hablar más, aunque jamás dejó de ser una persona reflexiva, y podía escucharme pacientemente durante horas sin interrupción. Sin embargo, más y más su cara de muñeca pareció poseer dos ojos absolutamente adultos; y la inocencia pareció perderse de algún modo entre muñecas olvidadas, y la pérdida de una cierta paciencia. Había algo fatalmente sensual en ella cuando se tiraba en el sofá con un camisón pequeño de lazo y perlas; se convirtió en una seductora fantasmal y poderosa; su voz se volvió más cristalina y dulce que nunca, aunque tenía una resonancia que era de mujer, una agudeza que a veces impresionaba. Después de días de acostumbrada quietud, de repente se oponía a las predicciones de Lestat acerca de la guerra; o, bebiendo sangre de una copa de cristal, decía que no había libros en la casa, que deberíamos conseguir más aunque tuviéramos que robarlos; y luego, fríamente, me hablaba de una librería de la que había oído hablar, en una manssión palaciega en el Faubourg Sainte-Marie. Allí había una mujer que coleccionaba libros como si fueran piedras o mariposas disecadas. Me preguntaba si yo me podía meter en el dormitorio de la mujer.
Me quedaba estuoefacto en esas ocasiones; su mente era imprevisible, desconocida. Pero luego se sentaba en mis rodillas y me acariciaba el pelo suavemente, susurrándome al oído que yo nunca iba a crecer como ella, hasta que supiera que matar era lo más serio del mundo, no los libros ni la música...
-Siempre la música...- me susurraba.
-Muñeca, muñeca- le decía yo.
Pues eso era lo que era. Una muñeca mágica. La risa y el intelecto infinito y luego la cara de redondas mejillas, la boca como una flor.
-Déjame que te vista, deja que te peine- le decía como una vieja costumbre, consciente de su sonrisa y de que me miraba con un velo de aburrimiento en su expresión....

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