..."Entonces quiso un ataúd propio, lo que me hirió más de lo que le permití darse cuenta. ¿ Cuántos años había dormido con ella como si fuera parte de mi?
-No lo quiero si te hace sufrir-me confió en voz tan baja que si un ser humano nos hubiese abrazado, no poría haberla escuchado ni sentido su aliento-Siempre me quedaré contigo. Pero debo tenerlo, ¿comprendes? Un ataúd para una niña.
Íbamos a ir a ver al fabricante de ataúdes. Una obra, una tragedia en un solo acto: yo la dejaría en la pequeña sala y confesaría en la antecámara que ella se moriría. Ella debía tener lo mejor, pero no debía saberlo; y el fabricante, conmovido por la tragedia, se lo debía hacer, viéndola ahí vestida de blanco, dejando escapar una lágrima pese a todos sus años.
Detestaba hacer eso, detestaba jugar al gato y al ratón con el indefenso ser humano. Pero, sin más esperanzas, era se amante y la llevé allí y la senté en el sofá, donde quedó con las manos cruzadas, con su pequeño sombrero inclinado, como si no supiera lo que nosotros murmurábamos al lado. El fabricante era un viejo hombre de color, muy educado, quien rápidamente me apartó a un lado para que "la niña" no nos oyera..."