"-El mundo convencional es estúpido-repliqué, dirigiéndome hacia el ático. Vi un pequeño dormitorio con los muros de yeso desconchados y pintados con grandes y vistosasrosas victorianas y unas hojas borrosas de color verde pálido. Entré en la habitación. La luz penetraba a través de una elevada ventana a la que una niña no habría podido asomarse. <
-¡Quién dijo que aquí murió una niña?-pregunté.
La habitación estaba limpia y ordenada, pese al deterioro causado por el paso del tiempo.No noté presencia alguna. Todo estaba perfecto; no había ningún fantasma para darme áanimos. ¿Por qué iba a despertarse un fantasma de su plácido sueño para reconfortarme?
Me quedaba el recurso de recrearme en el recuerdo de la niña, su tierna leyenda. ¿Cómo es posible que mueran asesinados niños en orfanatos atendidos sólo por monjas? Nunca supuse que laas mujeres pudieran ser tan crueles. Quizá secas, carentes de imaginación, pero no tan agresivas como nosotros, capaces de matar.
Deambulé por la habitación. En una pared había unos taquilleros de madera, uno de los cuales estaba abierto y contenía unos zapatitos marrones, estilo Oxford, con cordones negros. De pronto, al volverme, vi el hueco roto y astillado del que habían arrancado sus ropas. Las prendas de la niña yacían allí, arrugadas y cubiertas de moho.
Se apoderó de mí una inmovilidad como si el polvp de la habitación se compusiera de unos fragmentos de hielo caídos de las elevadas cimas de unas montañas altaneras y monstruosamente egoístas con el fin de congelar a todo ser vivo, para aniquilar a todo cuanto respirara, sintiera, soñara o viviera.
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